Siempre fui un niño tranquilo. Muy observador, y cuando observaba me preguntaba el por que de todo lo que me rodeaba ¿por que es tan resistente una tela de araña? y así cogía un palo y la estiraba hasta romperla. A veces encontraba telas de araña grandes, hermosamente tejidas, y la araña en una esquina ¿puede resistir la tela si una mosca la atraviesa volando a toda velocidad? entonces hice mi primer experimento. Atrape una mosca, le arranque las alas y la lance hacia la tela de araña. El resultado fue sobrecogedor. La mosca, aun viva, se quedo pegada a la tela, y por mucho que intentaba revolverse mientras pataleaba con todas sus fuerzas no podía moverse, estaba completamente pegada, y todo ocurrió en cuestión de segundos, o incluso menos. La araña, al sentir las vibraciones en la tela, salio disparada hacia la mosca, y rápidamente la envolvió en su tela, y la dejo allí colgando para después regresar a su rincón y seguir esperando.
Con mi soberana tranquilidad me asombre lo suficiente como para volverlo a hacer, pero esta vez con una hormiga. Puede parecer difícil atrapar una hormiga sin aplastarla con los dedos, pero yo era un niño, y mis dedos no eran muy grandes. Ademas, aunque aplastes la hormiga un poco, esta sigue viva... que cosas... Comencé de nuevo el experimento, y ocurrió exactamente lo mismo. La hormiga pegada sin poder hacer nada, y la araña saliendo flechada a por ella para envolverla en la tela en cuestión de segundos para después volver tranquilamente a su rincón favorito.
Pues bien, todos esos experimentos me sirvieron para saber que ahora, yo soy la maldita hormiga ¡coño!
Con mi soberana tranquilidad me asombre lo suficiente como para volverlo a hacer, pero esta vez con una hormiga. Puede parecer difícil atrapar una hormiga sin aplastarla con los dedos, pero yo era un niño, y mis dedos no eran muy grandes. Ademas, aunque aplastes la hormiga un poco, esta sigue viva... que cosas... Comencé de nuevo el experimento, y ocurrió exactamente lo mismo. La hormiga pegada sin poder hacer nada, y la araña saliendo flechada a por ella para envolverla en la tela en cuestión de segundos para después volver tranquilamente a su rincón favorito.
Pues bien, todos esos experimentos me sirvieron para saber que ahora, yo soy la maldita hormiga ¡coño!